Serán las segundas elecciones generales consecutivas cuyo resultado, sea el que sea, vendrá marcado por el terrorismo. Una especie de maldición quiere que durante este siglo XXI no haya forma, por el momento, de votar sin la convulsión de un atentado terrorista sacudiendo nuestras conciencias.
Vengo sosteniendo que la ETA, fiel a su naturaleza revolucionario-marxista, sigue al pie de la letra la estrategia acción, reacción, acción. Tras la "acción" de los atentados de la T-4 y Capbreton, el Gobierno "reaccionó" con diversas encarcelaciones, algunas de ellas, como las de los batasunos, de carácter escandalosamente electoralista. Ahora, tocaba una nueva "acción" de ETA, y eso es lo que ha habido.
Podían los terroristas haber preferido no hacer nada para no entorpecer la probable victoria de Zapatero y confiar en que el diálogo político se reanudaría poco después de las elecciones bajo la amenaza de nuevos atentados. Pero al final, la banda no ha podido, como el escorpión de la fábula africana, evitar ser fiel a su naturaleza y ha picado a la rana que le ayudaba a atravesar el río. En la fábula, ambos se ahogan entre remolinos de agua turbia.
Los etarras no esperan acabar como el escorpión. Han elegido su objetivo cuidadosamente. Se han fijado en un militante del PSOE, un modo muy eficaz de hacer especialmente dolorosa la fractura que padece la nación, ya que ha sido precisamente provocada por el secretario general de ese partido. No sólo, sino que el asesinado iba sin escolta por no haber sido reelegido en las últimas elecciones municipales debido a que el Gobierno de Zapatero había permitido que, en su pueblo, Mondragón, los filoetarrras de ANV se presentaran y controlaran el consistorio con la ayuda de Izquierda Unida.
Ahora lo que salga de las urnas el domingo estará condicionado por la ETA. Si gana el PSOE, su probable debilidad parlamentaria será consecuencia del propio atentado. Y, si gana el PP, será un Gobierno con cierta falta de legitimidad por haber sido "ayudado" a vencer por la banda terrorista vasca.
El círculo vicioso al que pretenden arrastrarnos los terroristas sólo puede salvarse recomponiendo la unidad entre el PP y el PSOE, incluso por medio de un Gobierno de gran coalición entre ambos partidos. Tal solución requiere, como requisito previo, que Zapatero, responsable de la negociación con ETA, deje de dirigir a los socialistas. Y ocurre que sólo la victoria del PP está en condiciones de lograr que tal obstáculo desaparezca.
Este "cuento" puede y debe terminar como lo hace el del escorpión y la rana. Pero, tenemos que impedir que la rana sea España y, por eso, no nos podemos arriesgar dejando que el PSOE encarne al batracio. Basta que la rana sea Zapatero y su séquito, ya que ellos son el único obstáculo que hoy impide recomponer la unidad contra el terrorismo.
Se impone pues un doble ejercicio de generosidad: por un lado, la del electorado socialista, que debería dar al PP la victoria necesaria para que el PSOE realice la regeneración que tiene pendiente desde 1996 y que Felipe González ha impedido desde entonces; por otro, la de los populares, que tras esa victoria deberían tender la mano a Rosa Díez y a tantos otros socialistas como ella que todavía militan en el PSOE para, todos juntos, acabar de una vez con ETA.